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sábado, 15 de enero de 2011

Adicciones, sin lenguaje y sin conciencia

El hombre es un ser hablante, su potencial de designar las cosas le permite no solo trascender al tiempo y al espacio sino expandirse más allá de sí mismo en el presente.
La conciencia constituida junto al lenguaje es su vínculo tanto consigo mismo como con su entorno. Orientando  a su percepción como una totalidad dada desde su identidad.
Con la ayuda del lenguaje el hombre se despliega, traza ideas que conjuntamente con el transcurrir de sus experiencias, constituye significados, de esta forma va crea y recrea tanto su identidad como las interacciones con el entorno, depurando la calidad de sus vínculos sociales.
Este desarrollo del lenguaje se trunca en las adicciones. La comunicación adopta formas primitivas, por lo que se afecta también la posibilidad de continuar el desarrollo de su  conciencia. En ese sentido las razones del pensamiento en un adicto se potencian y nutren dentro de la cultura consumista que se vive en este mundo globalizado y lo lleva a un patrón de conductas adictivas una de las caras más visibles y perversas de ese consumo.
En la adicción, el pensamiento concreto, sustituye a la posibilidad de pensar abstractamente. La cultura de la inmediatez del aquí y ahora, del “quiero todo y ya” es mas frecuente que la posibilidad aquella de tener un comportamiento ajustado a un proyecto.
Este fracaso se observa como un fuerte impacto en la calidad en el proceso de socialización de los jóvenes, afecta su futuro tanto en cuanto individuo, como en su carácter de seres sociales.
Los datos estadísticos, basados en el Informe Mundial sobre Drogas 2010, dado a conocer por la ONU, son elocuentes en cuanto a los peligros a ser advertidos.
En el curso de una década, el consumo de algún tipo de estupefaciente en la población, entre los 15 y los 64 años, aumentó diez veces. Se estima que el 15 por ciento de los alumnos del nivel medio consume marihuana. Al considerar el promedio de todo el país, en el Gran Buenos Aires, el porcentaje se eleva al 30 por ciento.
Asimismo, ha crecido el hábito de beber alcohol en los adolescentes. Se supone que la influencia de las drogas obró en el 60 por ciento de los delitos cometidos por menores.
El consumo del  “paco” aumentó  y llegó hasta las poblaciones pequeñas del interior, como se observó en Salta y en Jujuy. En suma, la penetración de los estupefacientes en los últimos años logró aumentar y extender su consumo. Las adicciones, son causa motivadora de delitos y violencia, y contribuyen a la corrupción pública y privada.
El avance de la drogadicción y el alcoholismo viene abrumando desde hace años.
La escuela, la familia y el estado, como instituciones debieran intervenir ya que son fuentes formadoras de la conciencia de los sujetos y éstos  debieran ser los formadores del desarrollo social del país.
Esta precariedad del entramado del tejido social formador, sumado a la labilidad contenedora de las instituciones socializadoras, impacta en el desarrollo de la subjetividad de las personas, gestando condiciones propicias para que desde edades muy tempranas incurra al consumo de drogas. Estos indicadores de precariedad en el proceso de desarrollo humano son:

  • Hipercriticismo
Conciencia débil e ingenuidad
  • Voluntades quebradas
  • Rupturas de compromiso
  • Alargamiento de ciclos vitales (eterna juventud, inmadurez, etc.)
  • Conductas autodestructivas
  • Automedicación (consumo de drogas)
  • Maternidad precoz
  • Delincuencia
  • Suicidio
  • Estrés
  • Agresividad
  • Velocidad exagerada
  • Cultura exhibicionista (hay que mostrar)
  • Desvalorización del Educador y del educado.

El consumo desmedido de drogas y alcohol, no es sólo un problema individual, del “enfermo” que lo padece, tampoco cabe suponer que podría tener la responsabilidad de  “elegir y ser dueño de sus actos privados” (según el art. 19) cuando sus repercusiones son públicas. Por el contrario es un problema de “conciencia social” que debe estar alerta para actuar y preservar a sus individuos afectados y no “libres” en su elección.

domingo, 2 de enero de 2011

Adicto y familia: cómo entender vínculos de dependencia/Autor: Lic. Eduardo Lavorato/ /fuente: docsalud.com

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·        Al desarrollar la tarea de coordinar los grupos de orientación a padres de jóvenes en tratamiento contra adicciones, se observó que en un porcentaje para nada desdeñable, muchos de ellos aceptaban continuar durmiendo con sus hijos, incluso hasta en el caso de aquellos jóvenes que eran mayores de edad, alegando varias razones: enfermedades, fobias o la necesidad de otros "cuidados especiales", requeridos tanto por sus hijos como por ellos mismos.

Fantasía de vulnerabilidad  

Al intentar reflexionar acerca de esta conducta, la mayoría coincidió en concebir a sus hijos como "débiles", incapaces de afrontar las diversas vicisitudes que le deparaba el desarrollo particular de sus vidas; al mismo tiempo intentaron justificar ese proceder con la mención de supuestos episodios traumáticos de la propia historia familiar, tales como enfermedades de la niñez, separaciones y accidentes, entre otros. A este escenario se lo llama “fantasía de vulnerabilidad de los hijos”, observación que se irá completando con otras conjeturas.

El manejo de las situaciones desde la posición de ser víctima 

En contraste a esta supuesta vulnerabilidad, aparece el enorme sometimiento que frente a las extorsiones por parte de sus hijos, dicen sufrir los mismos padres, a los que ven como seres que reclaman imperativamente que "les cumplan" con sus demandas.

Ante las amenazas de sus hijos, en muchos casos dicen sentirse intimidados, por temor a que vayan a drogarse o a delinquir si no satisficieran pedidos tales como darles dinero, comprarles indumentaria deportiva y otros reclamados chocantes, dadas las circunstancias concretas de vida (limitaciones económicas).

Frente a la demanda, vivenciada como una verdadera amenaza, los padres llegan hasta involucrarse en deudas no queridas para "satisfacer" las “manipulaciones” de sus hijos. Este es otro dato para esclarecer su importancia, la supuesta víctima convertida en victimario al imponer condiciones en las que, quien debiera ser “fuerte”, muestra su debilidad y se siente conminado a ceder.

Apego vincular que distorsiona los límites entre unos y otros

Cuando se confronta a los progenitores con este contradictorio sometimiento a las demandas de sus “débiles hijos” terminan por reconocer que sostienen esta modalidad vincular, “para que sus hijos no sufran”, “para hacerlos sentir bien” ya que su malestar es también el malestar de ellos.  Añaden que  “sienten” que sus hijos son "todo”,  “la luz de su ojos", y que "se morirían" si a ellos les pasara algún percance y se angustian ante la posibilidad de que el hijo “no haga el tratamiento”

Vínculos Adictivos que oscilan entre el Todo y la Nada  

Lo llamativo es que, al  trabajar este mismo aspecto con lo propios adolescentes en tratamiento por adicciones, ellos también reconocen en sentido simétrico que "todo" lo hacen por sus familias, especialmente por sus madres. También los adolescentes "se morirían" si a ellas les llegara a suceder "algo". Esta curiosa coincidencia en ambos grupos (progenitores/hijos) parece indicar la formación de vínculos blindados entre los involucrados, como si la vida de uno fuera vital (concretamente) para la vida del otro, el uno sin el otro dicen no poder vivir. Es posible señalar que esta circunstancia tampoco sea una mera casualidad en las problemáticas adictivas, lo que lleva a las consideraciones que siguen.

La fantasía del blindaje salvador

Se constata una notable falta de distinción de límites subjetivos entre ambos integrantes de la díada (padres/hijos). Podría decirse entre el Yo y el no yo, de cada polo. Parece tratarse de una sólida amalgama de dos personas singulares que devienen en conformar una sola, fenómeno que, se subraya, no se da solamente en el individuo que padece la adicción sino que incluye al progenitor. El consumo adictivo es explícito en la conducta de uno de sus integrantes,  la coraza protectora que es esa díada dependiente se manifiesta en los fenómenos que se exponen, es una formación conjunta.

Tanto amor, el morirse por el otro, el ser todo para el otro, el hacer todo por el otro, expresiones más o menos textuales, lejos de ser declaraciones tiernas y románticas, son el enunciado de uno de los escollos importantes que se interponen en el desarrollo de los proyectos del individuo, en su personalización saludable; por ello es necesario advertirlo y tratarlo a tiempo.

En la problemática adictiva, alguna circunstancia tapona entre ambos vinculados (progenitor e hijo) el esperable desarrollo, porque lo que debiera ser una díada parte de un sistema más amplio se constituye en una suerte de “totalidad” sui generis, que más que facilitar la apertura y la integración al mundo pareciera cerrarse en sí, de manera que las tensiones generadas en el propio vivir pudieran fantasiosamente ser satisfechas por los propios integrantes de la díada en su interioridad, sin generar eventos en el afuera.

El consumo de drogas aparece posteriormente ligado a este estilo vincular. La sustancia es una "otra" figura totalizadora (que completa) en la que se pueden los drogodependientes fantasear con depositar “todos” los afectos y obtener “siempre” gratificaciones. Tal como lo hacían los padres en la perdida niñez. No se adquiere una personalidad creativa, autónoma, “adulta”, con la droga se logra mantener la ilusión del blindaje salvador

Pacto Mortal; dependencia a cambio de responder

La comodidad que le brindaría el no hacerse cargo de su vida, tampoco resulta ser demasiado gratuita, porque es parte de este pacto mortal de convivir junto al otro.
En general los jóvenes captados por esta modalidad vincular, se desentienden de su vida. Sin embargo presentan, en general de forma desmedida, la intención de "resolver" como propios aquellos aspectos transgeneracionales aún no resueltos por su contexto familiar. Este intento de ubicarse como el “héroe” de esta historia, les genera no pocas frustraciones. Tal frustración repercute con altos costos en su autoestima, porque de esa sensación deviene la impotencia y la debilidad en la construcción de su identidad.

Dependencia vs autonomía

Así como entre otras virtudes las habilidades laborales y las posibilidades de sostener un empleo revelan rasgos de autonomía y desarrollo del sujeto. Por eso no debería sorprendernos que en un grupo de 55 drogodependientes de entre 17 y 34 años, ninguno de ellos haya sostenido una responsabilidad laboral durante más de 4 meses, en promedio. Todos terminaron presentando marcadas dificultades en autogestionar sus propios gastos, respetar los límites impartidos desde el trabajo y a las figuras con autoridad, motivo por el cuál muchos terminaron desertando.

Gratificación vs Proyectos

Suele aparecer en ellos como un valor en sí mismo, se presenta como el camino más corto (”Es corta la bocha”), el mismo que tenían en la relación con sus padres, lo tienen con la “junta”, y con la droga. "No importa lo que quiero, pero lo quiero ya". En este acotado recorrido entre la demanda y la gratificación no hay recorrido alguno ni tampoco un proyecto. Tampoco aparece la idea de un proceso.

El consumo de drogas y la fantasía de éxito y poder sin esfuerzos.

A diferencia de la posibilidad de internalizar un proyecto, la sensación que da la droga no requiere camino alguno: es inmediata. Esa misma lógica que tiene el drogodependiente en el vínculo demandante con su entorno cercano. Se constituye su identidad a partir de fantasear que los demás son meros dadores, depositan expectativas de respuesta instantánea, lo que los lleva a una pérdida paulatina de su capacidad de gestar recursos propios para vivir, es decir conlleva un empobrecimiento del Yo, ya que le endilga toda responsabilidad al entorno.

Drogodependencia y la pobreza del ser

Esta forma particular de vincularse guarda las mismas lógicas que la voracidad que se observa en los consumidores de droga, al rechazar todo lo que no tiene satisfacción inmediata. Esa pérdida “del proceso” para conseguir un objetivo, limita el desarrollo personal: es la desaparición del Yo en la constelación familiar…es esa, la desaparición del ser que se oculta detrás de la adicción…es un suicidio de la propia subjetividad.


Cromagnón; Adicciones, inestabilidad e inseguridad: La negligencia que mata.

Cromagnón; Adicciones, inestabilidad e inseguridad: La negligencia que mata.

En esta fecha se conmemora una de las tragedias con mayor impacto social de la historia de nuestro país, el incendio ocurrido en el boliche “La República de Cromagnón”, que arrasó con 198 vidas, la mayoría adolescentes.
Lo más doloroso, mas allá de lo que se pudo haber evitado, es que reveló una cadena de irresponsabilidades y negligencias tanto de funcionarios, como de empresarios, además de la ciudadanía en general. Algo similar, pero en mayor escala, sucede con la cantidad de muertes que se registran como consecuencias del consumo de drogas y alcohol, de forma directa e indirecta, afectando tanto al consumidor como a aquel que termina siendo víctima de las consecuencias de sus actos durante sus estados de intoxicación.
Hubo un antes y un después en los hábitos de cuidado de todo el arco social luego de esa tragedia que lamentamos. Lo que en un principio aparecía desapercibido en el campo visual, como ejemplo: “los matafuegos”, “los planes de evacuación”, “las salidas de emergencias”, etc., pasaron a ser objetos esenciales que forman parte de una escenografía vital, para la posible habilitación de los espacios públicos.
No obstante, a pesar de la sensibilidad que se adquirió en esa tragedia, sólo queda reducida al ámbito edilicio e inmobiliario, en desmedro de los cuidados de la propia vida humana, donde pareciera que aún no se registra que el problema de las toxicomanías ocupa un lugar destacado en nuestro país.
En nuestra sociedad resulta casi “natural” encontrar a jóvenes en las veredas alcoholizándose o drogándose, e incluso hasta se convive con individuos que comercian este tipo de sustancias sin que se adopte algún tipo de alarma. Por supuesto que el consumo de drogas afecta a quién lo padece, pero a la vez pareciera que se tolera cada vez más por el entorno, sin registrar que los efectos de ese consumo repercuten en nuestra calidad vida, e incide directa e indirectamente en la seguridad social.
A lo largo de la última década, el problema de las drogodependencias, pareciera que sólo se atiende de forma particular, orientando su mirada sólo al sujeto adicto y a su núcleo familiar, descuidando las dimensiones sociales que presenta, ya que afecta también a los otros que no tienen relación directa con el consumo.


Drogadependencia, desde el ninguneo hasta la falta de definición.


Una de las principales dificultades para abordar socialmente esta problemática, consiste primero en poder definirla: Para muchos especialistas cuando hablan de adicción al consumo de drogas, la definen como una deficiencia personal e individual e insisten en tratar al mismo como “enfermos”, para otros ni si quiera se trata de una enfermedad, sino de la “elección” que hizo el propio sujeto para fines recreativos, otros con una visión antropológica la consideran como una “epidemia” por sus secuelas sociales y culturales y para otros que intentan ir mas allá, hasta la consideran como una pandemia por ser consecuencia de una transculturación de la actividad imparable y sofisticada de los narcotraficantes que desde sus países de origen se instalan en el nuestro gozando de la complicidad de diversos (y populares) actores sociales locales.
En conclusión, si uno se detiene y observa las diversas miradas de esta compleja situación, se encuentra que confluyen en el sujeto tanto condicionamientos individuales como sociales y políticos. Estos condicionamientos son los factores relacionados con su propia herencia, con su propia historia, incluyen también las presiones de sus pares, la publicidad en los medios masivos de televisión y últimamente pareciera sumarse el auspicio estatal de un posible “derecho” de “elegir” el drogarse. Cuando en realidad no se está garantizando un derecho sino que la sociedad está dejando de cumplir con el cuidado de sus habitantes.


En este contexto, se hace difícil definir al consumidor de drogas, en la que no tiene del todo claro los límites entre las perturbaciones propias de una enfermedad o las de un contexto social facilitador que promueve su consumo. Desarrollándose en un contexto facilitador en el que la droga se le oferta desde la escuela, en los boliches, en el barrio, en las letras musicales, en la TV. Estando preso por un lado ¿se puede definir a la drogodependencia como una enfermedad como un estado de derecho?

Drogadependecia; desde la desestabilización individual a la inseguridad social


Ante tantas abstracciones teorizantes posibles hay un hecho concreto certero; el sujeto afectado en su vivir por el consumo de drogas, pero tanta precisión al considerar esta circunstancia como unidad resulta en definitiva en una aseveración insuficiente porque no estamos incluyendo al entorno ineludible en todo fenómeno humano, quien se enferma se enferma en sociedad, la sociedad condiciona, tolera, facilita y todas las otras consideraciones que queramos hacer y que valdrá hacer a la hora de diagnosticar el problema en su real dimensión para un tratamiento adecuado. Insisto aunque podamos hablar de un enfermo, nada significa ello a la hora de operar si no consideramos las circunstancias ya que sobre ellas importa operar para asegurar la acción sobre individuo en cuestión pero además y teniendo esto mayor dimensión si queremos prevenir la nueva aparición de casos es el entorno el que debe ser tomado como objeto de atención.
En las últimas estadísticas se registraron 7 (siete) muertes diarias detrás del consumo de drogas y alcohol. Tasa de mortalidad, que incluye tanto a las muertes producida por el riesgo que generaba el propio consumo como aquellas fueron generadas por los consumidores.
En esta tasa de mortandad, no se distinguen las víctimas afectadas por el hábito el consumo, las víctimas que padecen las consecuencias de los consumidores de drogas y los victimarios que promueven contextos para que esta situación se favorezca esta inestabilidad
Con relación a las muertes ocasionadas directamente por el consumo: entre las más destacadas cabe mencionarse el contagio de HIV, suicidios, paros cardio-respiratorios, tuberculosis, enfermedad infecta contagiosa, entre otras. Entre las muertes más frecuentes ocasionadas por el estado de toxicidad de los consumidores de drogas y alcohol, cabe mencionarse de forma indirecta a partir de las siguientes causas; los accidentes de tránsito, los accidentes laborales, los episodios de violencia doméstica, de violencia callejera, los robos, entre otros.
En conclusión, si se observan variables que hacen a la inseguridad social, en lo referido a todos aquellas áreas vinculadas a las situaciones de riesgo de muerte, en lo que respecta a los delitos, los robos, los accidentes automovilísticos, las enfermedades infecto contagiosas, notamos que el consumo de drogas y alcohol es un común denominador que afecta a la población en general sin distinguir de aquel que las consume del que no.

Entre la Negligencia, la Complicidad y la Mortandad; se supera Un Cromagnón mensual

Cuando hay muertes repentinas se nos sobrecoge el corazón pero si día a día mueren individuos, ninguna víscera se nos conmueve, sin embargo el número final de estas muertes consideradas mensualmente, no habría corazón que las resista.
Ejemplificando esto: en razón de siete muertes por día, al mes lamentamos alrededor de 210, esto supera en número a la tragedia de Cromagnón. Incluimos tanto a los consumidores de drogas y alcohol como a los que nunca nada tuvieron que ver con este hábito, estamos potencialmente nosotros, nuestros hijos, nuestros seres queridos… ¡Estamos todos!
En perspectiva, si una tragedia que portó el sesgo de negligencia de la que lamentamos 198 muertes, socialmente se pudo gestar un cambio cultural en la habitabilidad de los espacios públicos, ¿Cuántos deberían producirse ante una tragedia que supera a la de Cromagnón; MENSUALMENTE?